Aborto

Aunque San Pablo y el poeta Baudelaire se hayan considerado dignos de aborto, no debemos tomarnos sus declaraciones muy en serio. A decir verdad, se trató, en ambos casos, de una hipérbole que quiso expresar el desprecio moral que les inspiraban sus propias vidas o, al menos, un período particular de las mismas. Como sea, ambos pasaron a la historia.

Lo nuestro es otra cosa. Aquí se quiere, literalmente, asesinar al que está por nacer por las peregrinas razones de un pretendido conflicto con la vida de la madre (¿0,01% de los casos?), la atroz violación (¿no será mejor dar ayuda estatal a esas mujeres, considerando además que, en general, los victimarios son miembros de su familia?) y enfermedades incompatibles con la vida (la naturaleza tiene una sabiduría que la historia ha demostrado peligroso desconocer).

Tía Waverly dice que un país donde se mata a los niños no es un lugar digno para vivir. Con razón nos escandalizamos del holocausto judío, el exterminio armenio o las matanzas de cristianos en Medio Oriente. Pero en estos casos, como en el aborto de 256 millones de personas en la República Popular China, hay un denominador común: como diría C. S. Lewis «la conquista de unos hombres sobre otros. El poder del hombre para hacer lo que quiera de sí mismo, significa (…) el poder de algunos hombres para hacer de otros lo que ellos quieren».

Como reflexionó Papelucho en su hora, «lo que sucede es terrible, muy terrible…».

B. B. COOPER