
Es fácil hablar de aborto y violación cuando le pasa a otro, o cuando es un caso hipotético, sin nombre ni apellido. Es fácil teorizar y opinar qué se debería hacer en «caso de». Es difícil hablar de este tema abierta y públicamente, pero siento la necesidad de dar a conocer una realidad. Yo voy a contar lo que me pasó.
Yo, Marta Aravena, 50 años, soy hija de una violación. Mi mamá era una mujer muy sencilla y muy pobre, que vivía en la zona central del país. Cuando ella tenía seis años, su padrastro, que era alcohólico, empezó a abusar de ella. No sabía lo que le estaba pasando, y en ese entonces nadie hablaba del tema abuso y violación. Cuando la situación empezó a hacerse más difícil para ella, llegó un momento en que le contó a su mamá lo que estaba pasando. Su mamá (mi abuela) nunca creyó lo que su hija le decía.
A los 11 años tuvo a mi hermano Juan sin nunca haberse dado cuenta de que estaba embarazada. Un día se sintió mal, con un fuerte dolor de estómago, no sabía a quién pedirle ayuda y partió a los carabineros. Ellos la llevaron al hospital porque se dieron cuenta de que estaba en trabajo de parto. Era una niña que no sabía nada de la vida y que, de repente, se hizo mujer y madre. Al darse cuenta de la situación, los carabineros tomaron detenido a su padrastro. Su mamá, al verse sola en la casa, con once niños que cuidar, y con el proveedor del hogar en la cárcel, la echó de la casa. Culpó a mi madre por el encarcelamiento de su pareja y la abandonó. Recién salida del hospital, se encontró con un bebé en los brazos y sin tener a dónde ir.
En su desesperación fue acogida por los vecinos, un matrimonio mayor que no podía tener hijos. La señora estaba feliz de poder cuidar a niños que ansiaba tener. Ellos la ayudaron a cuidar a mi hermano Juan como si fuese hijo de ellos. Pero mi mamá no sabía dónde se estaba metiendo, porque dos años después, cuando tenía 13 años, se embarazó nuevamente. Este vecino, que la cuidaba a ella y a Juan, abusó también sexualmente de ella, al igual como lo había hecho su padrastro por muchos años. Además era violento; muy violento. Le pegaba mucho, casi todas las noches, y la arrastraba del pelo hacia el patio para abusar de ella. Y así nací yo, Marta Aravena, fruto de una violación, igual que Juan, mi hermano mayor. Mi padre era su protector y su abusador a la vez. Ella accedía a los abusos porque estaba protegida, con techo y comida. La vecina, la señora de este padre violador, me crió a mí y a mi hermano sin reproches, como si fuésemos sus hijos. Eran tal las ansias de ser madre que aceptaba esta situación.
Cuando estuvo embarazada de mí, mi mamá estaba siendo presionada por su violador para que abortara. Pero ella siempre dijo que no. Siempre optó por la vida. A pesar de lo terrible de la situación. Ella después siempre nos enseñó que nadie puede quitar la vida, que ella es un regalo y que se debe cuidar. Desde niña supe la verdad sobre mi origen y las circunstancias de mi nacimiento.
Y la historia se repite. Cuando yo era chica, un vecino abusó de mí. Le conté a mi mamá y, a pesar de todo lo que le pasó a ella, no me creyó, de la misma manera que no le creyeron a ella. Eso es lo peor, es muy terrible contar algo así y que no te crean.
A pesar de todo lo que he vivido, estoy en contra del aborto. Siempre hay que ponerse en el lugar del otro, que este niño tiene su lugar en la vida, que también se puede salir adelante. Mi familia lo logró, creo que todos podemos. Creo que los sufrimientos y dolores de la vida también dan fuerza para luchar por ella.
Soy una convencida de que estoy en este mundo por un propósito y que todo tiene un porqué y un para qué. Cada uno de nosotros tiene un propósito, somos personas valiosas y hay una misión para cada una de nuestras vidas. ¿Qué hubiese pasado si no me hubiera tenido mi mamá? Yo no existiría y no existirían mis hijos maravillosos, tampoco mis hermanos, a quienes adoro con mi alma. Tengo una relación hermosa con ellos, nos amamos y nos amamos a fondo. ¡Qué hermoso que detrás de una decisión así haya salido algo bueno!
No existe un día en que no le agradezco a mi madre que haya tenido a sus hijos, pese a todo el sufrimiento que implicó. Siempre la he honrado y le agradezco por habernos dado la vida. Por habernos enseñado que la vida es sagrada, que hay que cuidarla siempre, en cualquier circunstancia y en cualquier lugar.
Marta del Carmen Aravena Gutiérrez
Lee el original aquí
Reacciones en los medios
Señor Director:
En la carta «Aborto: no más realismo mágico», publicada el 6 de mayo, las señoras Zúñiga, Madrid, Dides y otras, tratan de justificar el aborto, argumentando que el feto de 12 o 14 semanas no puede sentir dolor. Para hacerlo, se basan en un estudio de la revista JAMA, publicado en 2005.
Además, afirman que el proyecto pone los límites para un aborto a las 14 semanas. Nos preguntamos si alguna de ellas habrá leído con detenimiento el proyecto presentado, porque, de ser así, debieran saber que, para las situaciones que están contempladas en él, rara vez se haría un aborto precoz. En caso de riesgo materno, no hay límite de edad gestacional, y las malformaciones excepcionalmente son diagnosticadas antes de las 12 semanas. Entonces, es importante contextualizar lo que se está discutiendo.
La experiencia en unidades de neonatología, donde sobreviven niños cada vez más pequeños (de 22 a 24 semanas), nos muestra claramente que ellos sienten dolor. Esta capacidad no aparece de un momento a otro, sino en forma gradual. Si siendo tan pequeños es evidente que sienten dolor, ¿desde cuándo lo sentirán?
Para que el dolor sea percibido, se necesita que estructuras a distintos niveles funcionen de manera integrada. Terminaciones sensoriales para el dolor, médula espinal, tálamo y corteza cerebral. La primera actividad detectable se observa a las 7 semanas. Entre las 14 y las 20 semanas de gestación, se establecen vías que permiten una percepción «madura» del dolor. Los niños no nacidos pueden ser incluso más sensibles al dolor que un adulto, porque, si bien tienen todas las estructuras del dolor activas, aún no maduran los mecanismos que ayudan a calmarlo.
El estudio al que aluden Zúñiga y compañía se realizó extrapolando el desarrollo de otros circuitos sensoriales (como la visión y la audición), pero no estudiando directamente los circuitos del dolor. Además, concluye erróneamente que se requiere de una respuesta a nivel de la corteza cerebral para sentir el estímulo doloroso. Sin embargo, ha sido demostrado en distintas situaciones que lo que se requiere para poder percibir dolor es el tálamo, y su actividad está bien desarrollada antes de las 20 semanas. Con la evidencia disponible actualmente, podemos concluir que el no nacido puede comenzar a sentir algún tipo de sensación dolorosa desde muy temprano en su desarrollo y no cabe duda de que puede sufrir una espantosa agonía durante un procedimiento abortivo. Esto es realismo, es un realismo trágico.
Con estos antecedentes, no es responsable asegurar que el feto no siente dolor. Sostenemos que incluso si el no nacido fuera incapaz de sentir dolor, esto no es justificación alguna para darle muerte.
Dra. Constanza Saavedra C. Dra. Francisca Valdivieso Dra. Francisca Decebal-Cuza G. María Ester Goldsack Dra. Rosario Rivadeneira Dr. Osvaldo Sepúlveda Miranda
y 225 personas más. Lista firmas
Señor Director:
A propósito de la carta de la escritora Isabel Allende publicada en este mismo medio, comparto una reflexión desde la experiencia acogiendo a mujeres con embarazos no deseados, no planificados o en situación de vulnerabilidad, quienes al recibir el acompañamiento psicosocial integral que ofrecemos en la Fundación Chile Unido, en un 85% continúa con su embarazo, previniendo el aborto.
Cuando una mujer ha sido violada, al ser acogida, contenida y apoyada en su vulnerabilidad y en el drama que representa una violación, el acompañamiento se hace aún más significativo, puesto que el 95,8% de estos casos no aborta, continúa con su embarazo; solo el 18% de ellas entrega su hijo a una familia adoptiva, y las otras madres están junto a sus hijos.
María Victoria Reyes S.
Directora del Programa de Acompañamiento Integral, Fundación Chile Unido
Lee el original aquí