Vida humana y persona, columna de Soledad Alvear en la Tercera, Miércoles 19 de agosto

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Se plantea el tema del aborto diciendo que es un asunto valórico y, como tal, no se puede imponer a nadie. Y, ¿qué es lo valórico?, ¿no mentir o no robar son temas valóricos? ¿No abusar de los trabajadores o no ser corrupto no son también temas valóricos? Y si son valóricos, ¿por qué se imponen? Porque nos damos cuenta de que hay ciertos valores fundamentales para poder vivir y convivir en sociedad,  que afectan a la esencia de la dignidad de la persona.

En la sociedad contemporánea, el hombre y la mujer tienen un mayor control sobre sus propias decisiones, sobre su cuerpo y sobre todo lo que tenga que ver con su concepto de felicidad personal. Este hecho, desde una mirada liberal, se ha exacerbado abordándolo de modo que lo bueno, lo verdadero y lo justo es aquello que cada uno decide,independiente de cualquier otra consideración; es decir, uno mismo dota la medida de la justicia o de la bondad de un acto.

Sin embargo, desde la tradición social cristiana nuestra autonomía no es ilimitada, pues es parte de la libertad responsable del ser humano que sabe que debe actuar respetando la libertad de los demás, aunque ello le limite o le ocasione un problema, y sabe también que debe actuar conforme a su identidad de persona. Esto le obliga moralmente a cuidar y respetar los bienes básicos que conforman su dignidad: la vida, la salud, la conciencia propia y la de los demás.

El principio de autonomía en una elección o decisión debe contrarrestarse por tanto con el principio de no-maleficencia, es decir, no hacer daño a otro no tan sólo en sentido general, sino de no hacer daño al otro en lo que al otro, en particular, le pudiese dañar o daña.

Lo que se está planteando con el tema del aborto es algo que refleja lo anterior. Hoy pareciera, desde una mirada liberal, que lo único que vale es la autonomía personal: yo soy el que decide. El resto no puede decirme lo que debo hacer. Y, por lo tanto, exijo tolerancia. Esto es una verdad a medias. La tolerancia no es silenciarse frente a los que piensan distinto. Es justamente dialogar para crecer, no ser individualista. Estamos en una sociedad y hacemos sociedad. Los principios y deberes éticos sociales están por sobre los principios y deberes personales. Por eso, aunque desee robar no lo puedo hacer.

Pero además, desde la mirada del humanismo cristiano siempre ha existido una preocupación permanente por los más desprotegidos, los excluidos, los más vulnerables; esa ha sido la lógica de la defensa de los derechos humanos, la denuncia de la pobreza, y por ello, hoy como ayer, la defensa de la vida.

El ser humano, en cualquier etapa de su desarrollo, jamás puede ser tratado como cosa u objeto. Es el único que vale en sí mismo y por sí mismo, y no en razón de otra cosa. Es el único ser visible que no pertenece a la categoría de los bienes útiles o instrumentales. Por tanto, el respeto a la vida humana, su defensa y promoción, tanto de la ajena como de la propia, representa el primer imperativo ético.

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